ESTÉTICA DE LA MÚSICA En primer lugar,

ESTÉTICA DE LA MÚSICA
En primer lugar, la indicación de que un determinado pasaje ha de tocarse “expresivamente”, “con espressione”, no habría de confundirse. Las indicaciones relativas a la técnica de interpretación no son confesiones estéticas.
En segundo lugar, un oyente que pregunta por la realidad biográfica que él sospecha que se ha introducido en una pieza musical, se comporta de forma trivial y al margen de la estética. La expresión musical no hay que relacionarla inmediatamente con el compositor en tanto que persona real. También los “expresionistas” extremos del siglo XVIII, Daniel Schubart y Carl Philipp Emanuel Bach, cuando “se expresaban a sí mismos por medio de la música”, mostraban no su persona privada empírica, sino su “yo inteligible”, análogo al “yo lírico” del poeta.
En tercer lugar, la disputa sobre el derecho estético que corresponde o no al goce “patológico” de la música, como Eduard Hanslick lo llamó con desdén, no sería tan violenta y desconcertante si los disputantes tuvieran una conciencia más clara de la diferencia entre composición e interpretación. La estética de la expresión del siglo XVIII, la máxima de que un músico “no puede conmover a los demás a no ser que el mismo esté conmovido” (CPE Bach) sin duda ha de entenderse ante todo como teoría de la ejecución musical. En el caso de Bach, como atestiguan sus contemporáneos, su interpretación al clavicordio era tan decisiva para el efecto de sus sonatas y fantasías, que la partitura se convertía sólo en transmisora de esquemas abstractos.
Ya lo físicamente íntimo que a través de la punta de los dedos imprime el estremecimiento interior directamente a la cuerda o que mueve el arco o que en el canto, incluso, se torna espontáneamente sonoro, permite en la realidad que se vierta la disposición de ánimo del modo más personal en la ejecución musical. Aquí, una subjetividad se vuelve directamente efectiva, sonando en sonidos, y no sólo formando, mundo, con ellos.
Si la música aspira después, como el lenguaje, a ser elocuente y expresiva (y el principio de expresión es desde el siglo XVIII el agente de su historia), entonces tiene, por una parte, que traducirse en fórmulas que permitan su comprensibilidad. Por otra parte, la expresividad, como “desbordamiento del corazón” y expresión del propio interior, implica apartarse de todo lo acostumbrado y rutinario. Bajo el dominio del principio de originalidad cayó sobre los tradicionalistas, por muy insustituibles que fueran para la cultura musical, el veredicto de no ser más que imitadores y epígonos.
Si bien la expresión, como algo subjetivo, es irrepetible, también se entrega a la necesidad de fijarse para ser clara. En el momento en que la expresión se realiza en una existencia palpable renuncia a su esencia. Pero precisamente en su dialéctica, el principio de expresión ha sido determinante para un conciencia histórica y para una actividad en la que las tendencias conservadoras y progresistas se condicionan mutuamente.
EMANCIPACIÓN DE LA MÚSICA INSTRUMENTAL
La música que más tarde se llamaría “absoluta” para expresar que se trataba dela música propiamente dicha, vuelta sobre sí misma, todavía en el segundo tercio del siglo filosófico e ilustrado, antes de los triunfos de los músicos de Mannheim en París, no sería tomada en serio, e incluso los intelectuales se contarían entre sus detractores y la rechazarían como ruido inanimado y sonido vacío. La música instrumental, mientras no obtuviera un sentido comprensible mediante un programa, estaba considerada como algo que no decía nada, sin elocuencia.
La ausencia de palabras exigía una justificación, a pesar de que la emancipación de la música instrumental del modelo de la música vocal databa de un siglo y medio atrás y que su significado ya había sido reconocido por el cantor de Sto. Tomás, Seth Calvisius. La música instrumental, según Mattheson, se diferencia de la música ligada a un texto no por su finalidad, sino sólo por sus medios, que al ser más escasos aparece como la más difícil de las artes.
Fuente: ESTÉTICA DE LA MÚSICA
Carl Dahlaus
Edition Reichenberger
Berlín 1996

Recensión Realizada por David Chacobo

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