ESTÉTICA DE LA MÚSICA
JUICIO DEL ARTE Y JUICIO DEL GUSTO
El juicio que afirma que una secuencia de sonidos es
“perfecta” como tema de una fuga o de una sonata no implica que tal secuencia
pertenezca a las melodías que provocan el epíteto “bello”, o su forma reducida,
“el ¡ah! y el ¡ho! del corazón”. Y, al revés, una melodía puede sentirse y
juzgarse como bella sin que el oyente que la disfruta, y expresa el agrado que
le provoca, tenga la menor idea de la función formal que cumple, de su
idoneidad como tema. Un “buen” tema no tiene por qué ser una “bella” melodía, y
viceversa.
LA DISPUTA SOBRE EL FORMALISMO
El hecho de que Hanslick, aunque intentaba determinar
condiciones universales de lo bello musical al margen de la historia, fuese
arrastrado contra su voluntad a la historización de sus categorías estéticas,
no minimiza en absoluto el significado del pensamiento de que la forma en la
música ha de entenderse como forma interior, como “espíritu que se crea desde
dentro” (un pensamiento que los adversarios de Hanslick, atrapados en el hábito
aferrado de oponer forma y contenido, no entendían o esquivaban.
Nada sería más falso, también según la convicción de
Hanslick, que ver en la diferenciación u oposición entre forma y expresión (que
supone la base de algunas descripciones de maneras de escuchar o de tipos de
obras musicales) una alternativa rígida en la que un aspecto excluye o reprime
el otro. Que no hay impresiones musicales sin matiz sentimental y que si las
hubiera serían casos extremos sin relevancia estética es del todo evidente y
también demostrable empíricamente. Aún la sensación de vacío, que provocan
algunos études, es innegablemente un sentimiento.
Así la controversia entre los estéticos de la forma y los
del sentimiento o de la expresión fue menos una discusión sobre fenómenos
psicológicos que sobre normas y criterios estético-filosóficos. Un partidario
de la “corrompida estética sentimental” tenía que soportar el reproche de que,
en lugar de captar el objeto estético, la obra musical y el espíritu que ésta
pronuncia, disfrutaba de su propia situación, del estado emocional al que la
música le lleva. Por el contrario, un formalista, que aunque no negase los
sentimientos provocados por la música si al menos dejaba de lado
despreciándolos como extraestéticos, era considerado por sus adversarios como
culpable no tanto de un error científico como de un delito moral: la sobriedad,
que persistía en que lo bello musical no hay que buscarlo en ninguna otra parte
más que en los sonidos, aparecía como una traición al entusiasmo que la música
ocasiona y debe ocasionar (al margen del cual sea su contenido).
La estética etiquetada como “formalismo” por sus enemigos,
sospechosa pues de menospreciar la música como un juego vacío que no dice nada,
habría que caracterizarla, intentando hacerle justicia, más bien como estética
de lo “específico musical”.
Fuente: ESTÉTICA DE LA MÚSICA
Carl Dahlaus
Edition Reichenberger
Berlín 1996
Recensión Realizada por David Chacobo