Por último, los bambucos del Cauca tienen también su índole particular. Bien que, por desgracia, no conozco de cerca aquel paraíso donde los hombres se han acordado demasiado de Caín, he oído tocar bambucos originarios de Popayán y Cali, Palmira y Cartago que, a pesar de sus diferencias rítmicas, tiene de común cierto vigor de estilo que le es característico. El ritmo de esos bambucos es acaso el más variado y onomatópico de cuantos se conocen en Colombia. Se echa de ver en ellos que en el Valle del Cauca el artista es espontáneo, y libre en sus concepciones; el tiple y la bandola son compañeros del mulato, y suel- tan sus melodías bajo un cielo admirable y en un país de prodigiosa fecundidad y hermosura. En esos bambucos se siente el gemido del negro, antes esclavo, y el ruido de su cadena, en el trapiche; se percibe el genio imitativo del mulato, emancipado desde su juventud; se oye el grito provocador del artesano democrático; se adivina la inspiración de todo un pueblo de poetas, cuyas composiciones son amores ardientes, dramas y novelas terribles, odios que incendian y consumen, antagonismos implacables, luchas sangrientas, actos de asombroso heroísmo, locuras de ambición desenfrenada, esperanzas vehementes, aspiraciones generosas, y esfuerzos de patriotismo admirablemente varoniles.
Todos los himnos nacionales tienen alguna significación patriótica pero exclusiva; pero no así el bambuco. Siendo éste obra de todos los colombianos, en vez de ser la unidad musical de Colombia es su variedad; pero una variedad llena de armonía: es la invocación del arte bajo sus más halagüeñas formas: es el himno del amor con todas sus manifestaciones: es al mismo tiempo música, poesía, canto y baile, resumen de todas las alegrías de la juventud: es la obra múltiple del indio nativo y puro, del negro originario del Congo, del mulato americano, del patriota llanero, del mestizo de nuestros valles, y del cachaco elegantes descendiente del español conquistador. El bambuco es de todos y para todos, verdadero símbolo de nuestra democracia sentimental y turbulenta: siendo su música tan variada, no hay trovador popular que no se inspire y entusiasme con él: lo mismo sirve para el majestuoso piano que para la diminuta bandola, el violín o la flauta, y así para la guitarra, modesta compañera de las tertulias íntimas, como para el ruidoso clarinete. Ni lo desdeña la elegante señorita que reina como cantatriz en un salón, ni lo abandona en sus noches de cansancio el pobre muletero.
Como poesía rimada, le ofrecen su contingente de redondillas y seguidillas tanto el poeta literato de nuestras ciudades como el poeta popu- lar, improvisador de coplas de corrillo; y lo mismo le viene la redondilla magistral que el romance, la rima sentimental que la burlesca. Si el poeta obedece a la inspiración exclusiva de su sentimiento, compone para el bambuco tiernos trozos de seguidillas por el estilo de éste:
Dicen que no se siente
La despedida;
Dile al que te lo dijo
Que se despida ...
Si está de humor satírico, busca en su eterno tormento, la mujer, el objeto de alguna pulla como ésta:
Papeles son papeles,
Cartas son cartas;
Palabras de mujeres
Todas son falsas.
Si compone con humor festivo, dirá:
Si quieres, morena mía,
Que mi amor no te haga mal,
Cierra los ojos, diciendo:
Lo que fuere sonará.
Fuente: El Bambuco
José María Samper