ESTÉTICA DE LA MÚSICA


ESTÉTICA DE LA MÚSICA
La carencia de función o la autonomía de la obra de arte musical, la emancipación de los fines externos, sin embargo, no significa una ruptura tan radical con la tradición de la música funcional como hace suponer la acritud de las polémicas que intentaban establecer el concepto moderno de arte. Los objetivos se “desvanecieron”, se hicieron inservibles y a la vez se asumieron en el interior de las obras. Los rasgos que originariamente habían sido imprimidos desde fuera a un género musical, se transformaron en propiedades inmanentes. La función de la polonesa o de la mazurca como música de danza aristocrática o danza rústica se les queda adherida también después de su utilización como piezas de concierto. En el caso de Chopin, como coloración emocional e imagen de la memoria o de la imaginación de viejas fiestas.
En la antigua música funcional, la obra era en primer lugar ejemplo de un género, a cuya tradición se añadía como el individuo en una sucesión de generaciones que pasa por encima de él y le sobrevive. La obra no formaba un todo aislado y cerrado, una individualidad que descansa en sí misma, sino que más bien expresaba un tipo de cuya sustancia histórica, desarrollada durante decenios o incluso siglos, se nutría y que tenía que establecer una relación con el oyente para que pudiera entenderse. Para una pieza musical que lleve el título de barcarola es al menos tan importante, como observó
Ernst Bloch, que represente de forma manifiesta el tipo de barcarola como que sea una obra individual con rasgos bien definidos e irrepetibles.
Pero desde finales del siglo XVIII el género pierde rápidamente sustancialidad.
En la barcarola de Chopin, aunque también se evoque la imagen de Venecia, lo particular, lo irrepetible, es más esencial que los rasgos generales que comparte con otras piezas del mismo nombre. El concepto de género ya no está preestablecido en las obras particulares, sino que palidece en un concepto general abstracto, extraído con posterioridad de estructuras individuales que finalmente en el siglo XX sólo con violencia son sometibles a un género.
TRANSFORMACIONES DE LA ESTÉTICA DEL SENTIMIENTO
La idea de que el objetivo de la música es representar y causar afectos es un tópico cuyas raíces en la historia no son menos profundas que las de la tesis contraria según la cual la música es matemática sonora.
No obstante, la teoría de los afectos, por mucho que destaque el efecto de la música, el movimiento del ánimo, presupone implícitamente una interpretación en primer lugar objetiva y objetivizante de los caracteres emocionales musicales. La convención musical del siglo XIX de hablar de “expresión o “estado de ánimo” es, por cuanto se refiere a la música anterior a la mitad del siglo XVIII, confusa y equívoca. El término “expresión” hace pensar en un sujeto que está tras la obra y que habla de sí mismo en el “lenguaje sentimental” de la música. El término “estado de ánimo” hace pensar en un complejo de sentimientos en el que el oyente se sumerge vuelto sobre su propia condición. Pero los caracteres sentimentales de la música como ha mostrado Kurt Huber se conciben en primer lugar como algo objetivo. La impresión de lo grave, lo sombrío, o la lánguido se atribuye de forma arbitraria a la estructura sonora misma como propiedad. En una percepción libre de prejuicios el motivo melódico no expresa en primer momento languidez, ni sitúa al oyente en un estado de ánimo lánguido, sino que aparece por sí mismo como lánguido. Es más tarde, si acaso, cuando la impresión emocional objetiva se experimenta como estado o se interpreta como signo: tanto el paso a un estado de ánimo, que el oyente siente como propio, como la idea de que el carácter emocional es expresión de una persona, de un sujeto situado detrás de la música, son secundarios.
Fuente: ESTÉTICA DE LA MÚSICA
Carl Dahlaus
Edition Reichenberger
Berlín 1996

Recensión Realizada por David Chacobo

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